Casa de los Mascarones
Siglo XVII
Calle Pagés, 20
La Casa de los Mascarones tiene su origen en la serie de adquisiciones que el literato granadino D. Pedro Soto de Rojas realizó durante el primer tercio del siglo XVII a partir de varias propiedades moriscas ubicadas cerca de la Colegiata del Salvador, fundación en la que el escritor actuaba como abogado del Santo Oficio de la Inquisición y canónigo.
Tras las obras de reforma y construcción llevadas a cabo durante estos años, el poeta Soto de Rojas se trasladó a habitar el que sería conocido como «Carmen de Soto». De este carmen sobresale su hermoso jardín adornado con fuentes, grutas, cenadores, estanques, estatuas y pinturas. En la obra «Paraíso cerrado para muchos, jardines abiertos para pocos» dejó el escritor una descripción de este jardín.
Tras su muerte en 1660, el carmen fue vendido por sus albaceas. Años después, en 1684, el escultor José de Mora adquiere el inmueble para instalar su taller. Tras ejecutar obras de reforma bajo la dirección del maestro mayor de la ciudad Juan de Rueda, el escultor viviría, hasta su fallecimiento en 1726, en el conocido desde entonces como «Carmen de los Moras». En esta casa talló el Santísimo Cristo de la Misericordia (Cristo del Silencio). Un azulejo colocado por su Hermandad y Cofrafía nos recuerda el paso de este artista paradigma de la Granada barroca.
Actualmente, el antiguo Carmen de Soto o de los Moras se halla dividido en dos propiedades comunicadas entre sí: la Casa de los Mascarones, cuya construcción pertenece a las obras llevadas a cabo por Soto de Rojas en el siglo XVII, y una casa morisca del siglo XVI, que tiene su entrada principal por la calle Pagés.
En primer lugar, la Casa de los Mascarones, llamada así por las máscaras o rostros que decoran su fachada, se enclava al fondo de un adarve que parte de la calle Pagés a la altura de su confluencia con la calle del Agua. Se trata de un sencillo callejón que no presenta la complejidad observable en muchos adarves musulmanes. La simplicidad de este adarve, que vagamente evoca la concepción privativa que tuvo este espacio en la ciudad hispanomusulmana, se debe a que sólo daba acceso a una única propiedad.
La fachada se forma con dos reducidos frentes dispuestos en escuadra. El principal, que da acceso a la casa, no tiene más anchura que la del adarve que cierra. La portada de ingreso consiste en un sencillo arco, ligeramente apuntado, hecho de dovelas de ladrillo y enmarcado por un alfiz. Sobre ella se dispone un voladizo, elemento constructivo característico de la arquitectura doméstica medieval que permitía aumentar la superficie de las habitaciones mediante la invasión aérea del espacio de calle.
El voladizo de la Casa de los Mascarones, que tiene en su parte baja un alero con canecillos góticos, consta de dos pisos, abriendo un balcón en el primero -con inscripción de cerámica granadina instalada en 1926 por la tertulia literaria del Rinconcillo en recuerdo de Soto de Rojas- y una pequeña ventana en el segundo. Entre ambos, encontramos uno de los dos mascarones tallados que adornan la fachada. Un tercer piso retrocede respecto al voladizo. Remata la fachada un alero de canecillos de tres lóbulos con decoración de pico, blasón y punta de diamante.
El frente de fachada lateral, a la izquierda de la portada, recorre toda la longitud del adarve que da acceso a la casa. En la planta baja se abren tres ventanas enrejadas, mientras que el piso superior es una composición de dos sencillos balcones -separados por el segundo mascarón- y de un ajimez, situado en el extremo más alejado del frente de fachada principal. Este es, sin duda, el elemento de mayor interés de la fachada por ser un recuerdo de uno de los más característicos volados utilizados en la arquitectura musulmana. Su estructura de caja de madera cerrada y anexa al muro de fachada tenía por objeto preservar la costumbre islámica de impedir el registro interior de las casas.
Actualmente, la Casa de los Mascarones sólo conserva como elementos originales en su planta baja el zaguán, que se cubre con sencillo alfarje, y tres zapatas con talla de acanto, que debieron formar parte de las galerías del patio.
Por su parte, la segunda de las casas que componían originariamente el carmen de Soto tiene dos entradas por sus frentes meridional y occidental. La principal de ellas debió ser la primera, situada en la calle Pagés, ya que de haber sido la segunda se habría invalidado la crujía este. El interior de esta casa es de mucho mayor interés que el de la Casa de los Mascarones, ya que conserva parte de la planta y el alzado de su construcción morisca.
En las excavaciones llevadas a cabo en 2020, se han encontrado restos de las casas sobre las que Soto de Rojas construyó su jardín. Han salido a la luz una alberca, una acequia y un muro y algunos restos empleados para relleno, como un trozo de fuente. Poco se sabe de sus anteriores moradores. SI bien, no se han encontrado restos de yesería o alicatados, por lo que según los datos que nos aporta el arqueólogo Ángel Rodríguez Aguilera, no parece que fuesen una familia con alto poder adquisitivo. Podrían tratarse, por tanto, de casas parecidas a las de la Alcazaba de la Alhambra.

Sabías que…
Los volados sobre las fachadas de las casas -voladizos, cobertizos y ajimeces- fueron muy frecuentes en la Granada nazarí y su práctica fue prohibida tras la conquista de la ciudad, momento en que los Reyes Católicos, a petición del Cabildo, promulgan dos cartas reales en 1501 y 1503 otorgándole licencia para su derribo. No obstante, la tradición de construir volados se mantuvo en Granada, como se constata en la casa de los Mascarones. No fue, por tanto, hasta las reformas urbanas emprendidas en la segunda mitad del siglo XIX, cuando se procedió a su derribo sistemático por los Arquitectos de Ciudad. Estos de la Casa de los Mascarones son, por tanto, unos de los escasos ejemplos conservados en la actualidad, de ahí su importante valor patrimonial.
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