Iglesia de San Luis
Siglos XVI-XVIII
Calle San Luis, 34
El edificio de la antigua iglesia parroquial de San Luis está ubicado en la calle homónima, en la zona más elevada de la misma, casi en las faldas del Cerro de San Miguel Alto o del Azeytuno.
Esta fue una de las 23 parroquias erigidas en Granada a instancias del arzobispado granadino para regular la división eclesiástica de la ciudad y la evangelización de la población musulmana convertida a la fuerza al cristianismo. En concreto, en este caso, la parroquial fue fundada sobre una mezquita preexistente para afianzar el dirigismo ideológico, cultural y religioso sobre la nueva población morisca, utilizándose para ello la vieja mezquita de la Pureza (Masyid al-Safa). Del pasado islámico de esta zona queda un importante vestigio material. Hablamos del pequeño aljibe de paso de San Luis, del periodo nazarí granadino (siglos XIII-XV).
La primitiva iglesia mudéjar fue ampliada en el siglo XVIII, con capillas laterales y la torre. Sin embargo, un incendio en 1933 supuso la destrucción del interior del templo del que se han conservado los muros exteriores, torre y arcos diafragma que sostenían la cubierta. La reconstrucción parcial del templo se llevó a cabo en 1937, bajo la dirección de los arquitectos Francisco Prieto Moreno, Fernando Wilhelmi, José Fernández Fígares y Ángel Casas, pero ésta alcanzó sólo a la consolidación de los muros, sin techarse la cubierta. En este estado ha llegad hasta la actualidad. Hoy, el solar de la iglesia está ocupado por una huerta al abrigo de los muros de la iglesia.
A pesar de su estado semirruinoso, el templo de San Luis constituye una interesante obra del mudéjar granadino. Se basa en un programa constructivo de origen gótico-mudéjar, como el cercano de San Gregorio Alto o Magno, aunque en este caso con atisbos de un cambio transicional importante, por la mezcla de faldones y armadura de lazo, y que queda bien ilustrado en las parroquiales de San Miguel y Santiago por su buen estado de conservación. Este carácter gótico mudéjar del edificio se debería a la intervención del maestro Rodrigo Hernández, tracista también de las de San Matías, San Andrés, San Miguel, San José, San Nicolás, San Gregorio, San Cecilio y la desaparecida Santa Isabel de los Abades. Las techumbres de esta iglesia, realizadas por el carpintero Juan Ruiz, eran muy originales y poco frecuentes en la ciudad dado que entre los arcos diafragma se extendían dos zapatas góticas para sostener sendas vigas gruesas de madera, entre las que se desarrollaba, hacia el centro, una armadura de par y nudillo; y, hacia los muros laterales, faldones inclinados, para ahorrar las maderas maestras que se necesitaban para formar un techo como el de la parroquial de San José. De esta forma, se emplearía un sistema de techumbre más propio de iglesias de tres naves, pero para una nave única.
Entre los estribos de los dos arcos diafragma ojivales, de origen levantino, y el arco toral del mismo diseño, con escudo del arzobispo fray Pedro Ramiro de Alva, se crearon en el siglo XIX cuatro capillas intermedias a las que habría que sumar dos espacios preexistentes a los lados de la capilla mayor, cuadrada y más alta. El ubicado en el lado de la Epístola servía de antesacristía. Asimismo, el primer hueco del lado de la Evangelio servía para albergar la torre cuadrada, mientras que el frontero fue el lugar ocupado por la capilla del venerado Cristo de la Luz, realizada en 1733 por la hermandad homónima, cuyos volúmenes se aprecian desde el exterior del templo. Tuvo coro alto en el primer tramo de la nave, sobre la puerta de acceso.
La portada de la iglesia aún se conserva, aunque tapiada. Se trata de un sencillo vano de arco apuntado, con hornacina superior, donde estuvo la estatua en piedra del titular del templo, trasladada en 1937 al Museo Catedralicio.
A los lados de la puerta y sobre la hornacina hay tres óculos circulares, y el remate de la fachada es triangular, a correspondencia del tejado a dos aguas perdido. Este tipo de portada fue el empleado en las primeras iglesias mudéjares granadinas, a imitación del mudéjar levantino y sevillano, como puede verse también en las parroquiales de San Gregorio, San Cristóbal y San Nicolás. La fábrica de los muros perimetrales, fachada y torre son de ladrillo. Esta última fue reedificada con diseño clasicista a finales del siglo XVIII, como una estructura cuadrada con alto cuerpo de tres vanos rectangulares y campanario superior de arcos muy peraltados, que recuerda en parte a la torre del Hospital del Corpus Christi.
La sacristía es una de las estancias mejor conservadas, dado que no sufrió los efectos del incendio que destruyó el templo, pero sí un brutal saqueo de los tesoros artísticos, retablos y muebles litúrgicos que poseyó el templo, en gran medida, como el propio retablo mayor, realizados en las primeras décadas del siglo XVIII, y serie de añadidos como espejos y cornucopias, costeados por un beneficiado de la iglesia apellidado Castañeda, no ha quedado nada, destruida la mayor parte durante los sucesos de 1933, y trasladadas algunas obras de arte a la parroquial del Salvador desde la supresión de la de San Luis en 1842.
En la actualidad, el estado de conservación de sus muros es muy precario, debido a la falta de cubierta. La torre presenta buen estado, sólo exterior, e identifica claramente el carácter histórico y artístico del edificio en una zona del Albaicín donde abundan los restos de casas moriscas quinientistas. El resto, portada, muros perimetrales y arcos diafragma, corre el peligro de desaparecer de no mediar una intervención moderna.


Sabías que…
Durante las obras de reparación de la iglesia, tras la gran tormenta del 28 de agosto de 1628, aparece una leyenda, que Lafuente Alcántara nos relata así: «Hay tradición de que cavando para abrir los cimientos, en el sitio que hoy ocupan el arco de la capilla mayor y la nueva sacristía, se descubrió una mina y que del fondo de ella resonó un eco diciendo: cavad, cavad, y hallaréis la luz. Atónitos los obreros siguieron su trabajo, cuando repentinamente apareció un crucifijo resplandeciente alumbrado por una lámpara maravillosa. […]».
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