Ángel Bañuelos

Actual presidente del Centro Unesco Andalucía

En 1984, el Comité del Patrimonio Mundial de la UNESCO inscribió la Alhambra y el Generalife en la Lista del Patrimonio Mundial. Tres fueron los criterios contenidos en el informe del ICOMOS (International Council on Monuments and Sites) en los que se fundamentó aquella declaración: ser una creación artística única, constituir un testimonio excepcional de la España musulmana, y ser un ejemplo inestimable de residencias reales árabes de la época medieval, no destruidos ni transformados por alteraciones de restauraciones radicales, manteniéndose como si hubiesen escapado de las vicisitudes del tiempo.

En mayo de 1994, una comisión de expertos del ICOMOS visitó Granada e informó favorablemente sobre el estado de conservación del barrio del Albaicín, haciendo constar que representaba una extensión apropiada de la inscripción existente de la Alhambra y el Generalife, con la que forma un todo coherente. Ese mismo año, el 15 de diciembre de 1994, la 18ª sesión del Comité del Patrimonio Mundial amplió la declaración de la Alhambra y Generalife con la inclusión del barrio del Albaicín, inscribiendo el bien con la denominación de «Alhambra, Generalife y Albaicín. Granada». La Unesco consideró que la Alhambra y el Albaicín eran ejemplos de espacios urbanos medievales y representaban dos realidades complementarias, junto con el Generalife, ejemplo de espacio agrícola y de descanso de los sultanes nazaríes.

No cabe duda que la inclusión del Albaicín en las Lista del Patrimonio Mundial supuso un importante estímulo para la protección y rehabilitación de su excepcional patrimonio y, a su vez, una gran responsabilidad para la Administración derivada de La Convención sobre la protección del Patrimonio Mundial, Cultural y Natural, aprobada en 1972 por la Conferencia General de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, que establece la necesidad de «adoptar las medidas jurídicas, científicas, técnicas, administrativas y financieras adecuadas, para identificar, proteger, conservar, revalorizar y rehabilitar ese patrimonio». Una responsabilidad que conlleva la creación de los mecanismos oportunos para conseguir una coordinación intensa, estable y eficaz entre todos los órganos gestores de la Alhambra y del Albaicín en aras de la unidad del sitio declarado.

Es justo reconocer que en estos años el Albaicín ha sido objeto de importantes mejoras, pero aún dista de estar a la altura de los niveles exigibles a un sitio declarado Patrimonio Mundial. Basta pasear por sus calles, para observar espacios degradados, infraviviendas, pintadas, cableados inadecuados, antenas, contenedores, etc. a lo que se une una larga lista de asignaturas pendientes: el paseo lineal de la Muralla Zirí, El Maristán, o los Baños árabes de Hernando de Zafra, por citar algunas. De todo ello es testigo el río Darro, cuyas aguas cede generosamente a la acequia Real de la Alhambra, la de Axares, o la de Romayla; las mismas aguas para el mismo patrimonio: La Alhambra, Generalife y Albaicín, unidos para siempre.