Rafael Villanueva
Rafael Villanueva
Director de la empresa «Pórticos», dedicada a difundir y acercar el patrimonio del Albaicín y de nuestra ciudad, lo que ha hecho que tenga una magnífica relación con diferentes personas y sitios.
«Para mí, el Albaicín es sentimiento, cercanía, cariño, incluso amor».
Rafael Villanueva nació en 1959, en la parte baja del barrio del Albaicín, en lo que tradicionalmente se conocía como barrio de San Pedro y que ahora se le llama Albaicín bajo, pero en época árabe era el barrio de Axares o barrio del Deleite.
«Para mí el Albaicín es sentimiento, cercanía, es cariño, incluso amor. Es algo que te hace falta para vivir a los que hemos nacido en este barrio. Yo vivo ahora mismo en un buen barrio, pero he de reconocer que echo de menos sus vistas, sus olores, sus rincones, es algo que siempre me faltará»
Echa de menos esa parte sentimental, las sensaciones que le regalaban las vistas de la Alhambra al abrir el balcón de su casa cuando era niño, ya que como él mismo afirma, no podía haber vivido en un sitio, ni en un barrio mejor. Nació en el carmen de San Cayetano, era un edificio que seguramente tuvo mucho que ver con la familia Zafra. La parcela de abajo es el convento de Zafra y la parcela de arriba es la casa solariega de los Zafra, por lo tanto, el carmen queda en el centro, lo que hace pensar que esos terrenos también pudieran pertenecer a D. Hernando de Zafra. Y nos cuenta con orgullo y cariño cómo esa casa que lo vio nacer, de mil cien metros de planta, aljibe y patio, tiene los dos cipreses más altos de todo el Albaicín y que además, conserva algo muy especial y único, junto con la Casa de Castril, como es la armadura de lazo de diez, «hablar de este tipo de armaduras, es hablar de alguien con un alto poder adquisitivo, ya que cuanto más complicada es la lacería más costosa era».
En el lugar donde nació, existía en los años cuarenta un negocio para tintar ropa, ya que los tejidos que había entonces, eran el algodón y la lana; «mi abuelo compró un tinte y se instala allí. Esas casas, que en un principio eran casas particulares, se compartimentan y se convierten en casas de vecinos cuando cae la medina». Nos relata con melancolía cómo ya no hay casas de vecinos, los lazos que se creaban, el recuerdo de salir al patio compartido a jugar con el resto de niños vecinos, las madres con las sillas para tomar el fresco.
«…y si te pasaba algo, siempre había alguien que acudía a ti…Todo ha cambiado, ahora el tiempo va más deprisa, todos tenemos que hacer cosas, en vez de para hoy, para ayer. Ha ido desapareciendo la gente que entendía la vida así»

¿Y cómo era el ambiente en el barrio, Rafael?: «El ambiente por aquel entonces, era diferente, gente que se conocía, ambiente de gente de barrio, que por desgracia ha ido desapareciendo. Unos murieron, otros se fueron por el tema de habitabilidad de las casas. Esa vida de barrio, esas relaciones humanas, salvo en algunos sitios en concreto, como pueden ser Plaza Larga, se ha ido perdiendo con el tiempo. Ya las casas no están abiertas como antiguamente, los patios no son esos patios de vecinos que estaban llenos de vida y de gente. Muchos han desaparecido y otros, como el carmen de San Cayetano, está esperando una rehabilitación».
Guarda recuerdos tan especiales como las vistas que tenía nada más levantarse, con la Alhambra de fondo, lo que ha hecho que desde pequeño, esté especialmente sensibilizado con el patrimonio y con el arte. Lugar privilegiado que le ha puesto en contacto con la gente albaicinera de cuna.

Conoce tan bien el barrio por haber crecido allí, además de por su trabajo, que le costaría elegir un solo sitio con encanto, pero cuando le preguntamos cuál sería su sitio favorito en el Albaicín, mira hacia abajo y con emoción nos dice:
«El Mirador de la placeta de los Carvajales es un lugar especial para mí, por su atractivo paisajístico y por el tema personal»
Para Rafael, hay muchos sitios emblemáticos en el Albaicín, pero entiende que este es uno de los principales, es un mirador que no es demasiado conocido, ya que siempre vamos a los miradores clásicos como el de San Nicolás. Cuenta que ahora está más visitado, pero hace unos años estaba poco concurrido, por lo cual era un lugar tranquilo. Cuando lo visita con alguien les dice «observar cómo desde aquí a la Alhambra no se le puede hablar de tú como desde el mirador de San Nicolás, donde está a la misma altura. Aquí, no hay más remedio que hablarle de usted, porque se nos presenta en lo alto de la colina. La Alhambra preside el paisaje, es algo muy imponente, tú te encuentras debajo de ella y te está marcando la visión. Es un lugar ideal para contemplar el monumento, ya que tiene algo muy especial y ventajoso y es que estamos ladeados hacia la derecha con respecto al monumento, por lo que nos deja ver los laterales de algunas de las torres, como la torre de las Armas donde se ve la puerta, la de la Alcazaba, la del Peinador y Comares, donde incluso, con buena vista se puede ver cómo detrás de las almenitas del lateral, se ve la puerta del camino de ronda».

Recomienda a la gente que suba a la placeta de los Carvajales temprano, cuando no hay nadie, cuando la visión es más óptima, sin interferencias de gente o incluso de noche. Ir a primera hora de la mañana, porque estamos totalmente solos y porque en ese momento solo nos va a acompañar el ruido de los pájaros de los árboles que están en ese entorno, o el sonido del pilar que está en la parte baja de la plaza y por supuesto es un momento de aprehender, de coger, de recibir la grandeza del paisaje que nos rodea. Y nos propone, con entusiasmo, unas fechas que hacen más mágico el lugar, «en Semana Santa o en el Corpus, con luna llena, que aparece justo encima de la Alcazaba. Cuando vamos en esas fechas y aparece la luna llena, decimos: hemos encargado la luna». Lo que hace del lugar una de las estampas más mágicas de la ciudad.
Rafael se despide con una reflexión mirándonos a los ojos, nos dice que ha visto todo lo que el barrio ha cambiado. Ahora lo habitan personas con formas de entender y vivir la vida de otra manera, «que si sigue así lo van a convertir en un barrio más, perdiendo su esencia. Hay que procurar que este barrio no se convierta en un teatro, donde por la mañana están los actores y por la noche está vacío de contenido. Este es un barrio vivo, un barrio que tiene gente a la que hay que solucionarle los problemas de habitabilidad, pintadas en el patrimonio, buscar soluciones y volcarse en la conservación y valor de su patrimonio. Hay que darle vida al barrio para que la gente deje de irse. Y cuidar el turismo, para que cuando se vayan, sea con satisfacción, contentos de lo que han visto y en lo que han invertido el dinero durante su estancia».

Redacción: Vanessa Castilla
Fotografía: Victor Vaz-Romero