José Vallejo Prieto

2021-08-06T12:38:29+02:00agosto 6th, 2021|Vecinos|

José Vallejo Prieto

Historiador y desde octubre de 2020 gerente de la Fundación Carlos Ballesta, enclavada en el carmen de Aben Humeya, en pleno corazón del Albaicín

«Mi primer recuerdo del Albaicín, fue con 14 años, subí dando un paseo buscando casas señoriales y al llegar a la plaza del Salvador, no entré en la iglesia del Salvador porque estaba cerrada, pero al dar la vuelta entré en el patio de la mezquita, la que había sido la Mezquita Mayor del Albaicín. Me quedé realmente maravillado, era sorprendente, esos arcos…, jamás había visto algo así en Granada. Tenía una luz preciosa, era la luz del atardecer. Me quedé con la sensación como si hubiese sido una ensoñación de una leyenda. Tuvo mucha gracia porque luego no supe volver, pasó mucho tiempo hasta que yo volví a identificar ese espacio que estaba semiabierto y luego siempre estaba cerrado y no terminaba de averiguar exactamente dónde estaba el patio. Tardé bastante tiempo en volverlo a ver abierto y en volver a poder entrar a la mezquita. Ese sitio fue bastante impactante y fue mi primer contacto con el Albaicín».

Con entusiasmo, José Vallejo, nos habla sobre una revista que cayó en sus manos, y que le daría a conocer algunos de los rincones más emblemáticos del barrio. «Había por aquellos tiempos una revista salía por temporadas, una en verano, primavera…que se llamaba: Calle Elvira. Pregón granadino, en la que había artículos de Gómez-Moreno, Francisco de Paula Valladar, que me sirvió de primera guía para ir buscando espacios. En el caso del Albaicín al principio, mi interés estaba dirigido a ir buscando casas castellanas, palacios importantes, la casa de Agreda fue una de las primeras y luego ya empecé buscando las casas árabes, las casas moriscas, iba preguntando a los vecinos y me iban indicando».

«Con catorce años, empecé haciendo un catálogo de las casas, de hecho, todavía lo tengo», nos cuenta con la sonrisa de aquel niño de catorce años.

«Luego ya aprovechaba las tardes, a partir de las siete o las ocho de la tarde. Era un barrio vivo donde había muchos vecinos, las puertas de las casas, estaban todas abiertas, daban al patio donde estaban las familias. Entrabas al patio, y la gente te preguntaba: qué quiere usted, a dónde va…, pero no en una forma agresiva sino todo lo contrario, era por si te hacía falta ayuda o si te habías perdido. Entonces yo ya descubrí que les preguntaba por las macetas o alguna cosa así, rompía el hielo y me llegaban a contar experiencias de la Guerra Civil y otras vivencias importantes para ellos»

«Para fotografiar un capitel me llegaron a sacar la mesa de su cocina, para que me subiese encima y poder fotografiar ese capitel»

Luego ya y según sus experiencias, ha ido viendo como con el paso del tiempo, la población del Albaicín se ha ido sustituyendo y el barrio no es tan permeable, «ahora, es un espacio en el que conviven muchas rentas per cápita diferentes, y ya esa apertura del Albaicín no es tanta. Las casas están más cerradas, más controladas, han vuelto a ser en muchas ocasiones casas unifamiliares, con lo cual ya esa idea del patio abierto, no tiene sentido».
Confiesa que a pesar de los años que hace que conoce el barrio, todavía se siente fascinado por sus rincones.

«Yo invitaría a todo el mundo a que intentara ver y comprender el Albaicín como una aventura, es algo apasionante, no vienes una vez y te vas, tienes que volver, porque cada día que vengas va a haber un rincón que antes estaba cerrado, ahora está abierto, lo vas a ver desde otra perspectiva, va a haber un cambio de luz, vas a poder entrar en una iglesia que antes estaba cerrada, vas a poder entrar en un palacio. Eso es una aventura continua de descubrimiento, para mi es lo más importante que tiene el Albaicín»

Este historiador de profesión, ha estado en los últimos 25 años relacionado con la gestión cultural, ha sido comisario de numerosas exposiciones. Ha estado vinculado al mundo de la acción cultural, coordinando y produciendo numerosas actividades artísticas y culturales, especialmente conciertos y exposiciones «y ahora desde octubre tengo un nuevo desafío que ha sido reacondicionar la museografía del centro Carlos Ballesta, situado en la Casa Aben Humeya y estoy muy contento, porque era un desafío, era la primera vez que lo hacía, y la verdad, es que estoy muy satisfecho. Está siendo muy gratificante, la gente que ya ha pasado y ha visitado la casa y el entorno de los jardines, están todos muy contentos. Y la narración que se cuenta también es muy importante, sobre todo, para el propio barrio del Albaicín».
El carmen Aben Humeya, alberga la Fundación Carlos Ballesta López, destinada a promover, realizar, apoyar y financiar, la difusión de la historia del reino de Granada de los siglos XVI y XVII, así como de los periodos históricos anteriores y posteriores estrechamente ligados a la Expulsión de los Moriscos.

«En el Albaicín que exista un museo que hable de la cultura morisca, dentro de una casa morisca, es algo obligado y necesario y, sin embargo, no existía antes. Aquí lo tenemos y además con la ambición de ir perfeccionando las colecciones e ir llevando a mejor puerto el mensaje que se quiere transmitir»

Con el carmen Aben Humeya, se solventa el problema/virtud que tiene una persona que acude al Albaicín a conocerlo: «un visitante del Albaicín, se encuentra vistas maravillosas, o un perfume maravilloso de las plantas que asoman por las tapias y él tiene que intuir que detrás de esas tapias, de esas verjas pasan cosas, y tienen que ser cosas maravillosas, los cármenes. Pero qué difícil es entrar en un carmen, porque o conoces al propietario o muy pocos cármenes hay abiertos al público. Esta es una de las ventajas que tiene ahora mismo el proyecto que estamos desarrollando, que tú puedes entrar libremente a empaparte de cultura, a empaparte de paisajismo, a obtener unas vistas maravillosas, conocer un carmen por dentro, lo que son las paratas, el escalonamiento de las zonas del carmen, y en este caso, además cuenta con un restaurante, con lo cual es una oferta muy completa, y prácticamente única».
En el caso de la casa museo es que en el Albaicín no hay museos, «porque quitando la casa de Max Moreau, que es de la mitad del siglo XX, no hay nada que se le parezca, no hay ninguna otra casa musealizada en la que se pueda interpretar la vida de un periodo tan concreto, como el que nosotros contamos, que viene a ser desde la Toma de Granada hasta la Expulsión de los Moriscos, en 1609. Que gracias a su propietario Carlos Ballesta, el cual, siempre se sintió atraído por el arte, fue atesorando una serie de piezas que nos hablaban de este periodo y que las ha ido guardando con el criterio de poder hacer algún día un museo sobre la cultura morisca. Una cultura que es la gran desconocida dentro de la historia moderna española, que se pasa siempre de largo o por encima y para una ciudad como Granada, la verdad es que es desaprovechar un siglo y pico de vivencias».
Y es que sería una pena que no se conociera más, ya que tal y como nos cuenta, en Granada todos los techos de las iglesias del siglo XVI, están hechas por moriscos, las torres más famosas, como San Bartolomé, Santa Ana, San Andrés, todas son hechas por albañiles y alarifes moriscos. «Entonces es cuando debemos dar a conocer esa capacidad de trabajar y de heredar unas tradiciones pasadas y llegar a postergarlas hasta el siglo XX, como es la taracea, que en esta casa museo se puede ver. El caso de las taraceas es muy bonito, porque abarca desde las relaciones comerciales del reino de Granada con Venecia, o taraceas del siglo XVI, XVIII, taraceas aragonesas, e incluso uno de los bargueños que tenemos, es de la época en la que Washington Irving estuvo en Granada. En un mueble similar a ése, es probable que por las noches escribiese los Cuentos de la Alhambra. Hemos tenido en cuanta hasta esas pequeñas citas para poder narrar algo que sea alegre, cómodo, positivo, que creo que en estos momentos es muy importante».

«Y como dice su fundador, Carlos Ballesta: siempre se ama lo que se conoce, nosotros estamos para dar a conocer algo que tiene que ser amado»

Nos relata con entusiasmo, que todas las piezas que se están adquiriendo son para completar al máximo posible la musealización, e incluso hay piezas que nos cuentan historias paralelas, como, por ejemplo, la historia de los libros plúmbeos.
No se va a quedar como un museo muerto, si no que va a ser un museo vivo, que está en continuo cambio, en continuos crecimientos y que además está abierto a que se pueda realizar cultura dentro del espacio. «Ya tuvimos un concierto que fue la recuperación de la música del Códice Trujillo del siglo XVIII con instrumentos originales. La cultura estuvo presente en el barrio. Tuvimos que hacerlo en ese momento en streaming por las circunstancias, pero la idea es que esos conciertos, conferencias o presentaciones de libros sean abiertas y estén abiertas al barrio, porque pretendemos que el barrio lo disfrute. Porque el tema es que hay muy poca actividad cultural en el Albaicín y es una pena. Nuestra propuesta no está enfocada al turismo en sí, sino a la propia ciudad de Granada, el turismo está bien, por supuesto, pero la ciudad es la que tiene que ser la receptora cultural fundamentalmente».
Para nuestro protagonista, que cuenta con más de un centenar de exposiciones, en las que ha trabajado desde comisario hasta montador, es fundamental el permeabilizar las exposiciones con visitas. «Saco el tiempo, muchas veces sin tenerlo, para enseñar la exposición, las veces que haga falta y lo hago con toda la satisfacción para hacer que la gente conozca más profundamente algo que puede estar muy bonito, muy bien puesto y puede llamar mucho la atención, pero si el que lo ha montado y lo ha investigado, te puede dar más datos, pues imaginaros…, al final, haces que sean unos enamorados más».
Concibe cada exposición como si de un libro se tratara, hecha con obras, con piezas que nos cuentan cosas. «Una exposición puede ser maravillosa con sus obras, pero si no te cuenta cosas, le falta algo».
Nos vamos encantados de haber podido hablar y reflexionar con José Vallejo, una persona, que a pesar de su larga trayectoria todavía es capaz de emocionarse ante un cuadro. Una persona, que dialoga con la obra de arte, una obra de arte que es generosa y que no deja de devolverle la información que busca en este diálogo.

Redacción: Vanessa Castilla
Fotografía: Victor Vaz-Romero

Perspectivas del Albaicín

2021-06-29T11:21:05+02:00junio 29th, 2021|Cultura y Patrimonio Histórico, Educación, Vecinos|

Perspectivas del Albaicín

 Piccavey, Bloguera

El Barrio del Albaicín fue declarado Patrimonio Mundial de UNESCO en 1994. Un lugar único e imprescindible para cualquier visitante a Granada. Turistas internacionales llegan para ver las calles típicas y balcones repletos de macetas. Las vistas del castillo rojo desde este barrio convierten la zona en el lugar más atractivo para los fanáticos de Instagram.

Algunas de las vistas más bellas se aprecian desde las casas y cármenes. Los cármenes del Albaicín son casas amuralladas con jardín propio. Muchos ahora son restaurantes con vistas impresionantes de la ciudad y Sierra Nevada que son frecuentados por granadinos y turistas.

A pesar de tanto encanto hay preocupación entre los residentes del barrio. Los turistas no se dan cuenta que estas calles tan emblemáticas son parte de su vida cotidiana. Calles históricas que para unos son el camino al cole y para otros vecinos son las calles de la compra. Muchos han sido residentes durante años, varias generaciones de familias. El Albayzín tiene colegios y pequeños comercios iguales que cualquier vecindad europea. Recientemente algunas familias se han marchado del barrio cansadas de tantos visitantes extranjeros atascando las calles de su barrio.

Las complicaciones habituales que sufren los vecinos no se limitan a los grupos turísticos los fines de semana. Hay otras cuestiones que son más difíciles debido a la geografía del barrio, la recogida de basura, limitación de las plazas de parking o problemas de seguridad debida a la falta de espacio para coches patrulla.

Además, los propietarios de inmuebles deben seguir la normativa de UNESCO para reparar o construir en el barrio. Así las obras suelen tardar más, incrementando los costes de ejecución.

El Albaicín no es el lugar con más facilidades para la vida diaria. Calles empinadas, escaleras y callejuelas estrechas complican el tránsito para vecinos ancianos.

La tranquilidad y su encanto son las grandes ventajas del barrio. Tienes la sensación de estar lejos de la ciudad cuando realmente forma parte de Granada. Los vecinos del Albaicín gozan de un pueblo dentro de una gran ciudad.

Si la paz de los residentes se rompe por turistas que entran en propiedades privadas o sacan fotos de albaicineros pasando por la calle, poco a poco se cansarán.

¿El barrio del Albaicín sería igual de atractivo si solo tuviera apartamentos turísticos y tiendas de recuerdos?

Como viajeros debemos recordar el equilibrio entre turismo y la vida cotidiana. Cruzar esta línea es lo que no quieren los vecinos. Con calles estrechas que apenas admiten los coches actuales, tampoco las calles adoquinadas están diseñadas para grupos turísticos.

Hay varias maneras de conocer el Albaicín sin interrumpir la dinámica del barrio. Comer o cenar en uno de los restaurantes o visitar algún museo. El Carmen de Max Moureau, residencia del artista belga es un buen ejemplo. El Convento de la Concepción, construido en 1523, también se puede visitar.

Los aljibes de la época medieval del barrio están repartidos por todo el Albaicín. Pozos subterráneos para abastecer a los vecinos desde hace siglos. El más grande, Aljibe del Rey tiene capacidad para 300 metros cúbicos de agua. Construido en el siglo XI hoy es un centro de visitantes. La Fundación de Agua abre cada mañana para contar a los visitantes el sistema de los aljibes de granada.

Otros ejemplos como la muralla antigua del siglo X aún son visibles, capillas e iglesias con arquitectura barroca y reliquias antiguas guardadas desde hace siglos.

Quizás la más destacable es la capilla en el callejón de San Cecilio, lugar del patrón de Granada: San Cecilio. Esta ermita, lugar emblemático para los granadinos, tiene parte del muro de la ciudad en un lateral de la capilla.

Siguiendo esta calle aparece la puerta a Plaza Larga, el Arco de las Pesas. Estamos en pleno corazón del Albaicín, debajo de esta construcción del siglo XI y también donde ponen el mercado semanal.

El Arco de las Pesas toma su nombre de las pesas que podemos ver en la fachada. Trucadas para pesar menos y engañar a los clientes en el mercado, se ponían a la vista como aviso a otros.

Dentro de la plaza esta Casa de Pasteles, un sitio típico donde tomar un helado o dulce. Tienen especialidades granadinas y muchos varían según la época del año.

Si disfrutamos del barrio de la misma manera que los albaicineros, conoceremos el albaicín verdadero. Es un barrio donde pasear. Deja atrás el coche de alquiler, sube en taxi hasta el barrio y baja andando hasta Plaza nueva.

O súbete al bus junto a los propios vecinos camino a sus casas.

Piccavey. Bloguera

La primera asociación

2021-06-29T11:03:25+02:00junio 29th, 2021|Cultura y Patrimonio Histórico, Vecinos|

La Primera Asociación

« El ritmo aquí es distinto al resto de la ciudad. El olor del Albaicín, los sonidos…»

Me llamo Antonio Jiménez Castro. Mis padres emigraron. Nací en Francia pero desde chiquitito me crie en el barrio. Estudié en el colegio San Salvador, que ya no existe. Vivíamos en la calle Pagés. Mis padres abrieron las Bodegas Granadinas del Albaicín, que era conocido como el Bar Nuevo porque durante años no hubo otro en el barrio. De eso hace 40 ó 50 años. La especialidad del bar de mi padre eran corazones y asaduras de pollos. Recuerdo que no había agua corriente y que cogíamos el agua para la casa de mi abuela del Pilar de San Nicolás. Mi abuela, mi madre y mi hermana nacieron en el Mirador de San Nicolás. Hay pocos vecinos. En la parte de abajo, la única casa que queda es la de mi madre. El resto son restaurantes y bares. Mi bisabuela también era del Albaicín. Yo soy la cuarta generación aunque la mayoría son de tres”.

Antonio es el presidente de la Asociación de Vecinos Albaicín, una de las más antiguas de España. “En Granada sólo nos supera la de la Chana. La nuestra tiene unos 40 años.Yo fue elegido presidente este año. Nadie quería y al final me tienes aquí. Estoy en el paro y al tener más tiempo libre lo dedico al barrio”. De los 16 miembros de la junta directiva, sólo 4 son originarios del barrio.

“El Albaicín necesitaba un colectivo vecinal fuerte. Actualmente hay muchas asociaciones en el barrio y necesitamos unirnos. Vi que el barrio tenía muchos problemas y necesitaba defenderse de las instituciones, que le han maltratado y le siguen maltratando”.

Cuando este albaicinero de pro regresó a Granada hace 18 años “buscaba la tranquilidad que aquí se respira. Me esperaba encontrar esa unión del barrio que había antaño pero ya queda poca. El ritmo aquí es distinto al resto de la ciudad. El olor del Albaicín, los sonidos: las campanas, los pajarillos,…” Sin embargo, gran parte de esa idiosincrasia había desaparecido. “Había una solidaridad bestial. Si movías un ladrillo, te venían a ayudar. Hoy, te denuncian”.

El presidente vecinal asegura que su generación “lo primero que hacía era comprarse un piso en el Zaidín y el Camino de Ronda. En el Albaicín era más barato la casa que un piso en otro barrio de la ciudad. Costaba mucho restaurar aquí las viviendas. Yo compré la mía en los años 90 por cuatro perras. Hoy por hoy, sería impensable ese precio. Era más cómodo un piso plano que una casa en el Albaicín, así que poco a poco comenzó a despoblarse. La población actual del barrio es mayor”. No obstante, según las cifras que maneja, “fue en los 70-80 cuando empieza a despoblarse el barrio. De los 40.000 ó 50.000 que éramos hoy no llegamos a 6.000”.

“Actualmente, la gente con recursos se compra casitas y cármenes que rehabilitan y tiene como residencia de verano. Muchos, con el tiempo, lo terminan convirtiendo en su residencia habitual”, señala.

No cabe duda que la inclusión del Albayzín en la Lista del Patrimonio Mundial supuso un importante estímulo para la protección y rehabilitación de su excepcional patrimonio y, a su vez, una gran responsabilidad para la Administración derivada de La Convención sobre la Protección del Patrimonio Mundial, Cultural y Natural, aprobada en 1972 por la Conferencia General de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, que establece la necesidad de “adoptar las medidas jurídicas, científicas, técnicas, administrativas y financieras adecuadas, para identificar, proteger, conservar, revalorizar y rehabilitar ese patrimonio”. Una responsabilidad que conlleva la creación de los mecanismos oportunos para conseguir una coordinación intensa, estable y eficaz entre todos los órganos gestores de la Alhambra y del Albaicín en aras de la unidad del sitio declarado.

Es justo reconocer que en estos años el Albayzín ha sido objeto de importantes mejoras, pero aún dista de estar a la altura de los niveles exigibles a un sitio declarado Patrimonio Mundial. Basta pasear por sus calles, para observar espacios degradados, infraviviendas, pintadas, cableados inadecuados, antenas, contenedores, etc. a lo que se une una larga lista de asignaturas pendientes: el paseo lineal de la Muralla Zirí, El Maristán, o los Baños árabes de Hernando de Zafra, por citar algunas. De todo ello es testigo el río Darro, cuyas aguas cede generosamente a la acequia Real de la Alhambra, la de Axares, o la de Romayla; las mismas aguas para el mismo patrimonio: La Alhambra, Generalife y Albayzín, unidos para siempre.

Ángel Bañuelos, actual presidente del Centro Unesco Andalucía

Rafael Villanueva

2021-08-06T12:38:44+02:00junio 23rd, 2021|Vecinos|

Rafael Villanueva

Director de la empresa «Pórticos», dedicada a difundir y acercar el patrimonio del Albaicín y de nuestra ciudad, lo que ha hecho que tenga una magnífica relación con diferentes personas y sitios.

«Para mí, el Albaicín es sentimiento, cercanía, cariño, incluso amor».

Rafael Villanueva nació en 1959, en la parte baja del barrio del Albaicín, en lo que tradicionalmente se conocía como barrio de San Pedro y que ahora se le llama Albaicín bajo, pero en época árabe era el barrio de Axares o barrio del Deleite.

«Para mí el Albaicín es sentimiento, cercanía, es cariño, incluso amor. Es algo que te hace falta para vivir a los que hemos nacido en este barrio. Yo vivo ahora mismo en un buen barrio, pero he de reconocer que echo de menos sus vistas, sus olores, sus rincones, es algo que siempre me faltará»

Echa de menos esa parte sentimental, las sensaciones que le regalaban las vistas de la Alhambra al abrir el balcón de su casa cuando era niño, ya que como él mismo afirma, no podía haber vivido en un sitio, ni en un barrio mejor. Nació en el carmen de San Cayetano, era un edificio que seguramente tuvo mucho que ver con la familia Zafra. La parcela de abajo es el convento de Zafra y la parcela de arriba es la casa solariega de los Zafra, por lo tanto, el carmen queda en el centro, lo que hace pensar que esos terrenos también pudieran pertenecer a D. Hernando de Zafra. Y nos cuenta con orgullo y cariño cómo esa casa que lo vio nacer, de mil cien metros de planta, aljibe y patio, tiene los dos cipreses más altos de todo el Albaicín y que además, conserva algo muy especial y único, junto con la Casa de Castril, como es la armadura de lazo de diez, «hablar de este tipo de armaduras, es hablar de alguien con un alto poder adquisitivo, ya que cuanto más complicada es la lacería más costosa era».

En el lugar donde nació, existía en los años cuarenta un negocio para tintar ropa, ya que los tejidos que había entonces, eran el algodón y la lana; «mi abuelo compró un tinte y se instala allí. Esas casas, que en un principio eran casas particulares, se compartimentan y se convierten en casas de vecinos cuando cae la medina». Nos relata con melancolía cómo ya no hay casas de vecinos, los lazos que se creaban, el recuerdo de salir al patio compartido a jugar con el resto de niños vecinos, las madres con las sillas para tomar el fresco.

«…y si te pasaba algo, siempre había alguien que acudía a ti…Todo ha cambiado, ahora el tiempo va más deprisa, todos tenemos que hacer cosas, en vez de para hoy, para ayer. Ha ido desapareciendo la gente que entendía la vida así»

¿Y cómo era el ambiente en el barrio, Rafael?:  «El ambiente por aquel entonces, era diferente, gente que se conocía, ambiente de gente de barrio, que por desgracia ha ido desapareciendo. Unos murieron, otros se fueron por el tema de habitabilidad de las casas. Esa vida de barrio, esas relaciones humanas, salvo en algunos sitios en concreto, como pueden ser Plaza Larga, se ha ido perdiendo con el tiempo. Ya las casas no están abiertas como antiguamente, los patios no son esos patios de vecinos que estaban llenos de vida y de gente. Muchos han desaparecido y otros, como el carmen de San Cayetano, está esperando una rehabilitación».

Guarda recuerdos tan especiales como las vistas que tenía nada más levantarse, con la Alhambra de fondo, lo que ha hecho que desde pequeño, esté especialmente sensibilizado con el patrimonio y con el arte. Lugar privilegiado que le ha puesto en contacto con la gente albaicinera de cuna.

Conoce tan bien el barrio por haber crecido allí, además de por su trabajo, que le costaría elegir un solo sitio con encanto, pero cuando le preguntamos cuál sería su sitio favorito en el Albaicín, mira hacia abajo y con emoción nos dice:

«El Mirador de la placeta de los Carvajales es un lugar especial para mí, por su atractivo paisajístico y por el tema personal»

Para Rafael, hay muchos sitios emblemáticos en el Albaicín, pero entiende que este es uno de los principales, es un mirador que no es demasiado conocido, ya que siempre vamos a los miradores clásicos como el de San Nicolás. Cuenta que ahora está más visitado, pero hace unos años estaba poco concurrido, por lo cual era un lugar tranquilo. Cuando lo visita con alguien les dice «observar cómo desde aquí a la Alhambra no se le puede hablar de tú como desde el mirador de San Nicolás, donde está a la misma altura.  Aquí, no hay más remedio que hablarle de usted, porque se nos presenta en lo alto de la colina. La Alhambra preside el paisaje, es algo muy imponente, tú te encuentras debajo de ella y te está marcando la visión. Es un lugar ideal para contemplar el monumento, ya que tiene algo muy especial y ventajoso y es que estamos ladeados hacia la derecha con respecto al monumento, por lo que nos deja ver los laterales de algunas de las torres, como la torre de las Armas donde se ve la puerta, la de la Alcazaba, la del Peinador y Comares, donde incluso, con buena vista se puede ver cómo detrás de las almenitas del lateral, se ve la puerta del camino de ronda».

Recomienda a la gente que suba a la placeta de los Carvajales temprano, cuando no hay nadie, cuando la visión es más óptima, sin interferencias de gente o incluso de noche. Ir a primera hora de la mañana, porque estamos totalmente solos y porque en ese momento solo nos va a acompañar el ruido de los pájaros de los árboles que están en ese entorno, o el sonido del pilar que está en la parte baja de la plaza y por supuesto es un momento de aprehender, de coger, de recibir la grandeza del paisaje que nos rodea. Y nos propone, con entusiasmo, unas fechas que hacen más mágico el lugar, «en Semana Santa o en el Corpus, con luna llena, que aparece justo encima de la Alcazaba. Cuando vamos en esas fechas y aparece la luna llena, decimos: hemos encargado la luna». Lo que hace del lugar una de las estampas más mágicas de la ciudad.

Rafael se despide con una reflexión mirándonos a los ojos, nos dice que ha visto todo lo que el barrio ha cambiado. Ahora lo habitan personas con formas de entender y vivir la vida de otra manera, «que si sigue así lo van a convertir en un barrio más, perdiendo su esencia. Hay que procurar que este barrio no se convierta en un teatro, donde por la mañana están los actores y por la noche está vacío de contenido. Este es un barrio vivo, un barrio que tiene gente a la que hay que solucionarle los problemas de habitabilidad, pintadas en el patrimonio, buscar soluciones y volcarse en la conservación y valor de su patrimonio. Hay que darle vida al barrio para que la gente deje de irse. Y cuidar el turismo, para que cuando se vayan, sea con satisfacción, contentos de lo que han visto y en lo que han invertido el dinero durante su estancia».

Redacción: Vanessa Castilla
Fotografía: Victor Vaz-Romero

Gonzalo Beas

2021-08-06T12:38:42+02:00abril 16th, 2021|Artesanos y emprendedores, Vecinos|

Gonzalo Beas Rodríguez

Al aire Art. Taller de restauración de arte y yesería.

«Yo siempre digo que mis piezas son pactos, pueden gustar más o menos, ser más bonita so más feas, pero ahí va un trozo de mi tiempo, de mi vida, de mi experiencia, de mi conocimiento»

Gonzalo Beas, nos abre las puertas de su casa y de su alma, nos recibe junto a Amparo, su compañera de vida, con la que comparte no solo su día a día, sino su amor por el arte «ella empezó probando y se le da tan bien como a mí, tiene un don especial para conseguir los pigmentos», comenta Gonzalo con admiración, mientras la mira y nos invitan a pasar.

Gonzalo Beas, es artesano, artesano con mayúsculas, amante de su trabajo y de todos los oficios de antaño. Sus piezas de yesería están realizadas con la misma técnica que los nazaríes empleaban en la Alhambra. Tras más de veinte años como restaurador y conservador y habiendo tenido la oportunidad de trabajar manipulando las piezas originales, ha sabido sacar con esmero y dedicación, la misma composición química de las yeserías del palacio. Así, cuando tenemos entre nuestras manos, una de sus piezas, no podemos más que sentirnos privilegiados, por estar tocando esas obras de arte, idénticas a las originales, tanto en policromía como lo referente a lo visual o lo táctil, pues mantiene la misma textura.

En su taller, Al Aire Art, situado debajo de su casa, en Plaza Aliatar, nos vemos impregnados de la esencia de taller artesano. No solo es un taller, es un auténtico museo, con piezas fabricadas a través de pigmentos que él mismo elabora, junto con otras de cerámica, madera, metal, azulejería del siglo XVI y XIX, zapatas del XVIII. «Sigo la misma técnica, con los mismos materiales. Lo hago exactamente igual que los originales. Copio de los maestros». Él en sí, es ya todo un maestro.

La policromía de sus piezas está realizada con lazurita pura, con la técnica del temple al huevo. El dorado lo realiza con la técnica utilizada en la época nazarí, usando siempre oro en lámina de 24 quilates en las piezas que incorporan esa técnica. Tanto la policromía, como el dorado la realiza pieza a pieza.

«Le dedicamos muchas horas de trabajo, a veces estamos tan concentrados y entusiasmados, con nuestra música de fondo y la pieza que tenemos delante, que no nos damos ni cuenta, de que son las tres de la mañana. Nos gusta lo que hacemos, cada pieza es un reto conseguido», nos comenta Amparo con satisfacción.

En su taller te puedes sentir como en otra época, así se deben sentir los visitantes, interesados por este tipo de artesanía. «Al cliente que entra en mi tienda lo invito a pasar al taller, le enseño el proceso de creación, le puedo dedicar mi tiempo, le hago vivir la experiencia de lo que es la artesanía, a través de la vivencia se van satisfechos, tras ver y participar en el proceso de creación. Y se quedan con la sensación de que han aprendido algo, de que han participado».

Es el turismo activo y vivencial, lo que este artesano está consiguiendo, como así lo constata: «Nuestro correo está lleno de fotos de planchas pintadas por niños de diferentes rincones del mundo, que se las hemos regalado para que ellos practicaran cuando visitaron la tienda con sus padres. Y ya se quedan con esa sensación tan bonita de haber creado algo. Me quedo satisfecho de haber sembrado en cada uno de esos niños y niñas la inquietud por el trabajo artesanal»

Esta es la manera que tiene este artista de ver y entender su trabajo, sabe que, inculcar el amor y el respeto por el arte a la gente y a los niños desde pequeños, es la garantía de futuro para las nuevas generaciones. Y le apena profundamente, que muchos todavía, no estén siendo conscientes de ello. Nos asegura que con este turismo de calidad y de experiencias, «comemos hoy y comerán los demás que vienen detrás, pero aquí no, aquí es: como hoy y mañana Dios dirá. Ahora estamos pagando los efectos del turismo masivo. A veces, me paro a pensar, y me pregunto si merece la pena subir de estatus con el precio que tienes que pagar. Con la pandemia hemos aprendido que no».

Reivindica que en esta ciudad hay nivel cultural, hay patrimonio y que, por tanto, se debe cuidar más este sector, que reconoce que si se potenciara más, ayudaría.

«Tenemos buenos artesanos, buena gastronomía, paisajes únicos, el trato personal y cercano que da el granadino al extranjero, todo eso es lo que hay saber cuidar, para que se mantenga en el tiempo»

Pone su mirada en otros países, donde es conocedor de que la figura del artesano está muy cuidada, apreciada y valorada y se pregunta por qué esto no pasa aquí. Tras esta reflexión, nos expone que su oficio, forma parte del patrimonio cultural, que la artesanía y el arte, son las raíces de un lugar, que debemos cuidar y perpetuar, para que no se pierdan esos oficios artesanales de antaño, pues son las raíces culturales, las que nos dan identidad como pueblo.

Gonzalo, nos dice con pena, que es muy difícil, porque los artesanos que había en su día son los primeros encargados de que su trabajo desaparezca, «nosotros mismos somos los encargados de que este oficio desaparezca, porque no queremos que nuestros hijos se dediquen a esto. Queremos que estén bien, que estudien una carrera que no les complique la vida, que estudien Derecho. Pero por otro lado piensas que es que son nuestras raíces, que son muchos años de esfuerzo».

Propone concienciar a la gente del patrimonio que tenemos, «pero no al extranjero, primero tenemos que concienciarnos nosotros y a partir de ahí tendremos una marca Granada seria y responsable. Vender seriedad, piezas que te garanticen que tienen ese valor».

Artesanía Albaicín Granada España

Ellos todos los años sacan un par de piezas nuevas, con las mismas medidas, técnicas, las enmarcan también en madera natural y cera pura de abeja. «Todo de manera tradicional, y todas las piezas nos plantean un reto. Tenemos en cuenta a la hora de realizar piezas: la fragilidad, el peso, el tamaño. Son factores que hacen que una pieza pueda ser más vendible que otra». Todas van con el papel museo sellado, con el lacre de la empresa, la bandera de la ciudad de Granada. El etiquetado de las piezas en la zona posterior, asegura a cada cliente que la pieza ha salido de su taller y que no ha sido manipulada con posterioridad.

Propone una formación académica, que esté más basada en una práctica con recetas que funcionen, que se ajusten a la realidad, para que la gente vea otras salidas que no sean únicamente la docencia. «Yo sé que, si me hubiese dedicado a ella, no hubiera parado de trabajar, pero prefiero la calidad de vida que, a mí me aporta esto -mi hambre es mía-. Yo no sabría vivir estando en un despacho. Con menos me apaño y disfruto más de mi tiempo, y por supuesto respeto todas las posturas y trabajos».

«El trabajo artístico o lo haces con pasión o no sale»

Nos mira a los ojos y nos dice: «Yo siempre digo que mis piezas son pactos, pueden gustar más o menos, ser más bonitas o más feas, pero ahí va un trozo de mi tiempo de mi vida, de mi experiencia, de mi conocimiento. Con todo mi trabajo he llegado hasta aquí, y me gustaría crear cantera».

Gonzalo Beas, nos dice con emoción, que lo que a él le ha ayudado a desarrollar esta sensibilidad especial por el arte, ha sido el haberse criado donde se ha criado, en el barrio del Albaicín.

«Yo me he criado aquí. Y ya no queda ni un quince por ciento de los talleres que había. Recuerdo que cuando era niño, iba por las calles e iba viendo el que hacía la cerámica, el que hacía el cobre, artesanos que te invitaban a pararte, sentarte y verlos trabajar. Eso me ayudó a mí, a poder apreciar desde pequeño, el trabajo artesanal bien hecho. Estaba rodeado de artistas, aquí había dos luthieres buenísimos, reconocidos a nivel internacional, al lado justo. Tres puertas más arriba había un taller de Fajalauza. Todo eso ha desaparecido, porque al barrio se le ha ido dando una vida que no es la suya, basado en el turismo masivo, que ahora estamos pagando, porque ahora es cuando vemos que ese tipo de turismo no nos da de comer».

Nos vamos encantados de haber conocido a este albaicinero de cuna, al que le gusta hablar con la gente, salir a la plaza y echarse un café con el vecino, hacer vida de barrio y la conexión con las personas. «Me gusta cuando mis vecinos pasan por la tienda y me dejan las bolsas para no ir cargados, me cuentan su día a día, todo eso no lo tenía cuando viví tres años en una urbanización».

Nos recomienda que nos pasemos por la Cruz de Rauda, «para mí hay una zona que, desde niño, me ha atraído siempre, es la Cruz de la Rauda, por el silencio, por lo simbólica que es, te da la majestuosidad de decir esta es mi ciudad y llenarte de orgullo». De este sitio, podría decir, que es uno de sus sitios favoritos del Albaicín, a pesar de que se conoce todas las calles del barrio o casi todas, porque como afirma, «siempre hay algún rincón nuevo por descubrir» y nos invita a hacerlo.

Si Gonzalo tuviese que definir el Albaicín en una palabra sería alma.

«Para mí, el Albaicín es alma, eso es lo que no podemos perder nunca, es el alma del vecino, el alma de los compañeros. Ese alma es el secreto del barrio, es lo que te hace apreciar el sitio, el olor del empedrado mojado, los jazmines colgando por las tapias, el tío de los perros de San Miguel ladrando, el vecino con la guitarra. Es lo que sabes que tienes que tener, ese alma para sentirlo, si no es una ciudad más».

Como albaicinero, sabe que tenemos que hacer todo lo posible por mantener vivo el barrio. «El barrio puede ser precioso, pero si no está habitado es un barrio muerto y es lo que no podemos permitir. Que no se pierda nunca ese espíritu que es el ALMA».

Esta es la historia de un niño, que empezó haciendo un par de piezas, por probar cómo le salían, y que llegó a trabajar para un rey en la recreación de la Alhambra, en Arabia Saudí. Los sueños siempre se hacen realidad y deseamos que nunca deje de soñar, para que, tal y como desea, pueda hacer cantera y todo lo que ha conseguido no se pierda, se transmita.

Redacción: Vanessa Castilla
Fotografía: Victor Vaz-Romero

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