Ellos todos los años sacan un par de piezas nuevas, con las mismas medidas, técnicas, las enmarcan también en madera natural y cera pura de abeja. «Todo de manera tradicional, y todas las piezas nos plantean un reto. Tenemos en cuenta a la hora de realizar piezas: la fragilidad, el peso, el tamaño. Son factores que hacen que una pieza pueda ser más vendible que otra». Todas van con el papel museo sellado, con el lacre de la empresa, la bandera de la ciudad de Granada. El etiquetado de las piezas en la zona posterior, asegura a cada cliente que la pieza ha salido de su taller y que no ha sido manipulada con posterioridad.
Propone una formación académica, que esté más basada en una práctica con recetas que funcionen, que se ajusten a la realidad, para que la gente vea otras salidas que no sean únicamente la docencia. «Yo sé que, si me hubiese dedicado a ella, no hubiera parado de trabajar, pero prefiero la calidad de vida que, a mí me aporta esto -mi hambre es mía-. Yo no sabría vivir estando en un despacho. Con menos me apaño y disfruto más de mi tiempo, y por supuesto respeto todas las posturas y trabajos».
«El trabajo artístico o lo haces con pasión o no sale»
Nos mira a los ojos y nos dice: «Yo siempre digo que mis piezas son pactos, pueden gustar más o menos, ser más bonitas o más feas, pero ahí va un trozo de mi tiempo de mi vida, de mi experiencia, de mi conocimiento. Con todo mi trabajo he llegado hasta aquí, y me gustaría crear cantera».
Gonzalo Beas, nos dice con emoción, que lo que a él le ha ayudado a desarrollar esta sensibilidad especial por el arte, ha sido el haberse criado donde se ha criado, en el barrio del Albaicín.
«Yo me he criado aquí. Y ya no queda ni un quince por ciento de los talleres que había. Recuerdo que cuando era niño, iba por las calles e iba viendo el que hacía la cerámica, el que hacía el cobre, artesanos que te invitaban a pararte, sentarte y verlos trabajar. Eso me ayudó a mí, a poder apreciar desde pequeño, el trabajo artesanal bien hecho. Estaba rodeado de artistas, aquí había dos luthieres buenísimos, reconocidos a nivel internacional, al lado justo. Tres puertas más arriba había un taller de Fajalauza. Todo eso ha desaparecido, porque al barrio se le ha ido dando una vida que no es la suya, basado en el turismo masivo, que ahora estamos pagando, porque ahora es cuando vemos que ese tipo de turismo no nos da de comer».
Nos vamos encantados de haber conocido a este albaicinero de cuna, al que le gusta hablar con la gente, salir a la plaza y echarse un café con el vecino, hacer vida de barrio y la conexión con las personas. «Me gusta cuando mis vecinos pasan por la tienda y me dejan las bolsas para no ir cargados, me cuentan su día a día, todo eso no lo tenía cuando viví tres años en una urbanización».
Nos recomienda que nos pasemos por la Cruz de Rauda, «para mí hay una zona que, desde niño, me ha atraído siempre, es la Cruz de la Rauda, por el silencio, por lo simbólica que es, te da la majestuosidad de decir esta es mi ciudad y llenarte de orgullo». De este sitio, podría decir, que es uno de sus sitios favoritos del Albaicín, a pesar de que se conoce todas las calles del barrio o casi todas, porque como afirma, «siempre hay algún rincón nuevo por descubrir» y nos invita a hacerlo.
Si Gonzalo tuviese que definir el Albaicín en una palabra sería alma.
«Para mí, el Albaicín es alma, eso es lo que no podemos perder nunca, es el alma del vecino, el alma de los compañeros. Ese alma es el secreto del barrio, es lo que te hace apreciar el sitio, el olor del empedrado mojado, los jazmines colgando por las tapias, el tío de los perros de San Miguel ladrando, el vecino con la guitarra. Es lo que sabes que tienes que tener, ese alma para sentirlo, si no es una ciudad más».
Como albaicinero, sabe que tenemos que hacer todo lo posible por mantener vivo el barrio. «El barrio puede ser precioso, pero si no está habitado es un barrio muerto y es lo que no podemos permitir. Que no se pierda nunca ese espíritu que es el ALMA».
Esta es la historia de un niño, que empezó haciendo un par de piezas, por probar cómo le salían, y que llegó a trabajar para un rey en la recreación de la Alhambra, en Arabia Saudí. Los sueños siempre se hacen realidad y deseamos que nunca deje de soñar, para que, tal y como desea, pueda hacer cantera y todo lo que ha conseguido no se pierda, se transmita.